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Una de las grandes alegrías de mi vida es escuchar las historias de las personas que admiro y aprecio. Tantxs amigxs, becarixs, personal, consultores y líderes en el trabajo de movimiento me han confiado sus historias. A menudo hay una dinámica de poder inherente en estas relaciones, y el compartir vulnerablemente refleja un acto de confianza. Al escuchar a otrxs describir lo que les llevó a hacer lo que hacen, he venido a ver la importancia de contar mi historia y compartir públicamente por qué hago lo que hago. Mi esperanza es que compartir las paradojas y las preguntas con las que me encuentro sea un paso hacia la transparencia y la rendición de cuentas que son tan esenciales para construir confianza y comunidad.
Acogiendo las contradicciones
Todos los días lucho con la paradoja tanto personal como laboral en mi función como Oficial Visionario Jefe del Fondo Amy Mandel y Katina Rodis (AMKRF, por sus siglas en inglés).
Como mujer judía de 67 años, lesbiana, que vive con síndrome de fatiga crónica (CFS, por sus siglas en inglés), una enfermedad fatigante, recurrente, y remitente, he experimentado de primera mano, el antisemitismo, la homofobia, y la discriminación contra personas discapacitadas. Y como una persona adinerada y financiadora blanca, llevo conmigo el privilegio racial y de clase. Dadas las circunstancias de mi nacimiento, he tenido acceso a todos los privilegios médicos, educativos, financieros, y otros que están disponibles para aquellxs de nosotrxs con la riqueza y la piel blanca.
AMKRF y la beca Tzedek de justicia social están trabajando en pro de un mundo en el que todxs prosperen. Al mismo tiempo, los recursos que apoyan AMKRF son un producto del privilegio y la riqueza de clase generacional. Estos recursos se acumularon dentro de un sistema supremacista capitalista y blanco y, estos sistemas se basan y mantienen una vasta inequidad.
A menudo me encuentro tratando de descifrar «la mejor» manera de trabajar, lo que puede conducir a la inmovilización y la inacción. Y sigo actuando –utilizando mis recursos filantrópicamente– sabiendo que las decisiones que tomo son imperfectas.
Estos hechos, aunque aparentemente contradictorios, son igualmente ciertos.
Con la ayuda de colegas de confianza, sigo desafiado la lucha con estas paradojas. Creo que un paso para interrumpir el poder desigual y la opresión sistémica es nombrar las tensiones en el centro de nuestras vidas.
Evolución de la conciencia social
Nací en Cleveland, Ohio en 1952. Mi primera exposición al activismo por la justicia social llegó en quinto grado cuando comencé a leer sobre la resistencia al Holocausto nazi. Como una persona judía, esto tuvo un impacto extraordinario en mí. En 1962, este Holocausto era una historia muy reciente. Crecí preguntándome si un holocausto volvería a suceder, y si me pasaría a mí. En muchos sentidos estas preguntas nunca han desaparecido, y siento el temor persistente mientras miro el ascenso del fascismo.
Pero aprender sobre la resistencia del Holocausto disminuyó el temor y la desesperanza que sentía. Lo que aprendí es que los puentes son esenciales para la supervivencia. Lo que la experiencia de mis antepasadxs me dice es que sin puentes y fuertes conexiones con aliadxs, estamos aisladxs y abiertxs a ataques e incluso a la muerte. Este aprendizaje se ha convertido en el centro de mi trabajo, ya que he buscado alianzas con organizaciones, líderes y activistas que estén comprometidxs con la construcción de relaciones y en el trabajo a través de las diferencias.
En el verano de mi segundo grado escolar, desarrollé artritis reumatoide juvenil. Experimenté tanto dolor e hinchazón que tuve dificultad para caminar. Mis doctores sospechaban que un clima más cálido y la natación diaria permitiría mi recuperación, así que mi familia se trasladó a Palm Beach, FL. Esta disposición a reubicarse por el bien de mi salud sigue siendo uno de los mayores regalos que mis padres me han dado. Resultó ser un verdadero sacrificio para mi madre y mi padre. El negocio de papá estaba basado en Cleveland, Ohio, y porque no teníamos las herramientas para el trabajo remoto que tenemos hoy en día, él pasaba dos tercios de cada mes lejos de nuestra familia.
En Florida, yo era una de lxs aproximadamente diez judíxs en una escuela de cerca de 600 niñxs, y debido a que éramos judíxs, fuimos tratadxs con cierta sospecha y excluidxs de los clubes sociales, las actividades de la iglesia y las clases de baile.
Durante mis años en Florida, mi padre estaba profundamente arraigado en la construcción del negocio que eventualmente se convirtió en una fuente de riqueza familiar extraordinaria. No comprendía en ese momento lo mucho que esta riqueza vendría a definir mi vida.
En 1965 nos mudamos de nuevo a un suburbio de Cleveland, Ohio. Allí me involucré en el cambio social por primera vez. Al principio participé en obras benéficas como recaudar fondos para niñxs que experimentan hambruna en Biafra (Nigeria oriental). Pero durante los grados undécimo y duodécimo, fui voluntaria de la campaña para elegir a Eugene McCarthy, un miembro del partido democrático-agrícola-laborista, y cada vez me sentía más obligada con los acontecimientos organizados por Estudiantes para una Sociedad Democrática.
Mi primera experiencia con la acción directa también trajo mi primera experiencia directa con la homofobia. En la resistencia a la regla en mi escuela secundaria pública que las muchachas usaran faldas, algunas estudiantes y yo escogimos un día para protestar llevando puesto pantalones. Unx de mis maestrxs me hizo saber exactamente lo que pensaba, «señorita Mandel, no voy a dejarla entrar a mi clase luciendo como una lesbiana.» Aunque nuestras acciones llevaron a flexibilizar el código de vestimenta, teníamos que mantener las faldas en nuestros casilleros para cambiarnos e ir a las clases dirigidas por lxs maestrxs que objetaron.
En 1969, me mudé a Waltham, Massachusetts para asistir a la Universidad Brandeis. Viví en el área de Boston por los próximos 32 años. Durante el tiempo en la universidad me volví cada vez más politizada, participando en protestas contra la guerra de Vietnam, aprendiendo sobre el feminismo a través de círculos de mujeres (varios de los cuales vinieron a formar parte de la organización Weather Underground), y uniéndome al movimiento LGBT post-Stonewall. También exploré la vida comunal-colectiva mediante la agrupación de recursos para la alimentación y el alquiler, compartiendo las responsabilidades domésticas y tomando decisiones colectivas en las reuniones semanales de la casa.
Los tiroteos en Kent State y las olas de desobediencia civil en respuesta al racismo viral proporcionaron un telón de fondo que me activó. Conseguí un trabajo en el Centro Nacional de Huelga Estudiantil. Nuestro objetivo era cerrar las universidades a través de protestas sentadas en respuesta a una serie de injusticias. Tenía una conciencia floreciente sobre la blancura en los movimientos estudiantiles. Esta conciencia ha crecido con el tiempo.
Después de la universidad, encontré la comunidad continuada en la vida comunal y como parte de la agrupación musical The Red Basement Singers. Tuvimos el privilegio de actuar en eventos que beneficiaban a organizaciones centradas en la justicia social. Pero también usamos el poder de la canción para sostener la acción colectiva al cantar en demostraciones y manifestaciones políticas. A finales de los setenta, yo era miembro de una organización Marxista-Leninista dedicada a trabajar en sindicatos en hospitales y fábricas en el área de Boston. Incluso entonces, me preocupaba lo mucho que nuestro trabajo era impulsado por una suposición profunda de que «nosotrxs» sabíamos lo que lxs trabajadores necesitaban. Nuestro análisis fue extraordinariamente limitado, y nuestra blancura y el estatus de la clase media de la mayoría de lxs organizadores se reflejó mucho en lo que hicimos.
A lo largo de mi vida activista, yo era consciente de mi riqueza. Me sentí sorprendentemente sola. Y sin embargo sentí una profunda necesidad de hacer parte de algo. El activismo y la organización eran medicina para mí. Sentí una necesidad de conexión, una necesidad de construir una comunidad. Encontré eso en el trabajo de justicia social.
Pero también noté los fracasos de los movimientos sociales y me sentí cada vez más incómoda con lo que me pareció ser la arrogancia de muchxs organizadores. Empecé a buscar algo más. Tomé una clase de computación y aprendí que me encantaba la ingeniería de software. Después de años de trabajar en la justicia social, fue un alivio hacer trabajo con respuestas claras que eran correctas e incorrectas. Trabajé en este campo durante varios años, pero mi conciencia de justicia me encontró allí también. La empresa en la que trabajaba proporcionaba soluciones de software para empresas de periódicos. Unx de nuestrxs clientes fue el New York Post que era propiedad de Rupert Murdoch. A mediados de los años ochenta en el Reino Unido, hubo una serie de despidos relacionados con la tecnología en los periódicos propiedad de Murdoch que resultaron en una huelga de obrerxs. Cuando me pidieron que fuera en persona hasta allí para depurar su software, me negué porque no estaba dispuesta a cruzar la línea de piquete de la huelga.
A finales de los 80 adopté a mis hijas: Alicia en 1987 y Daniela en 1988. Durante varios años, me zambullí en la maternidad, un lujo ofrecido por el privilegio económico. Mi esperanza de un mundo mejor se canalizó en la crianza de mis hijas y en las clases que enseñé a otras mamás, las cuales se centraban en el uso de la experiencia que todos tenemos para encender el cambio -en nosotrxs mismxs y en nuestras comunidades.
En lugar de hacer malabares entre el trabajo y la maternidad, por primera vez dependí exclusivamente de mi fondo fiduciario para apoyar a nuestra familia. Mis padres habían establecido fideicomisos para sus hijos cuando la compañía de mi padre, Premier industrial Corporation, comenzó a vender acciones al público en la década de 1960. Su inversión inicial incluyó $20.000 en acciones, destinadas a financiar nuestra educación universitaria. En 1964, la compañía fue cotizada en la Bolsa de Valores de Nueva York y la cantidad en cada fideicomiso aumentó enormemente a medida que la compañía creció.
En el otoño de 1991, conocí a mi esposa, Katina Rodis y comenzamos una relación a distancia. Después de cinco años, Katina se mudó al área de Boston para vivir con mis hijas y conmigo. Vivimos juntas durante muchos años y criamos a nuestras hijas antes de que nuestro matrimonio fuera reconocido legalmente. En el 2008, queriendo levantarnos y ser contadas como una pareja queer y aunque el matrimonio homosexual no era todavía legal en Carolina del Norte, nos casamos oficialmente en el estado de Massachusetts.
El año en que cumplí mis 40, me enfermé increíblemente con una enfermedad debilitante, que finalmente fue diagnosticada como síndrome de fatiga crónica (CFS, por sus siglas en inglés). Katina entró en nuestra relación con su propia experiencia vivida de enfermedad crónica e implacable, y tuve la suerte de tener a alguien cerca de quien podía aprender sobre ese territorio. La discapacidad cambió drásticamente mi vida y la de nuestras hijas. La experiencia de pasar de la salud al malestar ha sido significativa, y sigo dándole sentido a cómo esto orienta mi vida y mi trabajo.
En el 2002 nos mudamos a Charlotte, Carolina del Norte para recibir infusiones dos veces por semana del medicamento experimental Ampligen. Mi médico era un especialista en el síndrome de fatiga crónica/fibromialgia y uno de los pocos médicos en el país con permiso para hacer pruebas con el Ampligen. En el 2003 nos mudamos a Asheville. Aunque he experimentado varias grandes recaídas a lo largo de los años, mi salud ha mejorado de manera gradual y significativa. Esta es otra paradoja que caracteriza mi vida. A pesar de todas mis prácticas de cuidado personal y mi profundo compromiso con la curación, mi salud es vulnerable. Nunca estoy segura de cómo podré llegar al trabajo. Sin embargo, cada día de bienestar se siente como un milagro que me permite actuar en mi deseo de aprovechar mi riqueza para el cambio sistémico.
Es este viaje personal que traigo a mi trabajo.
Lee la parte dos aquí y la tercera parte aquí.